Morenitos

Esta semana Javier Abril cumplía años y, como es costumbre en la oficina, para celebrarlo trajo un detalle para los compañeros. Normalmente todos nos tiramos el rollo en plan gourmet, que si las pastas artesanales de un obrador secreto, que si hojaldre de Torrelavega… Pero Abril, que ya está coronando la cuesta de los cuarenta, prefirió ir a lo seguro y se plantó allí con una caja de Morenitos.

No sé si lo tenía calculado, pero el éxito fue arrollador. Y es que en cuanto se corrió la voz empezó a desfilar por allí media plantilla; en concreto, los de una franja de edad: los nacidos en el siglo pasado.

Mira que son un dulce sencillo, un simple mantecado bañado en chocolate, pero algo tienen los Morenitos que, en plan magdalena de Proust, son capaces de transportarte de golpe a otra época. Tiempos dorados que te vienen a la memoria: las mañanas de recreo y kiosco, los recuerdos familiares, las aventuras del barrio… Incluso hay quien nunca ha llegado a desengancharse y cuenta que todavía hoy guarda los Morenitos en el congelador, para tomarlos con el café. Y al hilo de la conversación, cada cual rememora su fetiche: que si los Gusanitos, los regalices rojos o las pipas con sal. Sabores que identificamos con la felicidad y nos sacan esa inconfundible sonrisa retrospectiva de quien está poniendo mentalmente en marcha el CinExin de su infancia.

En fin, que a partir de ahora está claro que en la oficina no se pueden celebrar los cumpleaños con otra cosa. Y es que está claro: dale a un niño de los ochenta un Morenito, y lo tendrás en la palma de tu mano. ¡Qué vamos a hacerle, si somos carne de nostalgia!

[Publicado en El Diario Montañés el 7 de septiembre de 2025]

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