Autodiagnósticos

Mi amigo Carlos Díaz acaba de pasar por el peor momento de su vida. De esos que no se desean a nadie. En concreto, durante una semana ha sido un enfermo terminal. Visualmente, claro, porque todo ocurrió desde que ‘descubrió’ lo que padecía hasta que, finalmente, el médico le citó para leerle la cartilla. O cantarle los resultados, vamos.

El caso es que el bueno de Carlos llevaba una temporada con el estómago del revés. Todo le sentaba mal. A él, que devoraba barbacoas como Obélix jabalíes. Hasta carucha de pena se le había puesto, porque ya ni tomarse una cerveza podía, porque así como entraba salía.

Y entonces cometió ese error posmoderno del que ninguno estamos libre: creerte que internet es tu amiga. A ver, que será muy buena para muchas cosas, pero en el tema de la salud, lo más sencillo es que te ocurra como a Carlos, que consultó con candidez por su dolor de estómago y la pantalla empezó a ametrallarle con síntomas y más síntomas. Lo curioso es que todos los tenía, desde la boca seca hasta el dolor de cabeza, y de propina un agarrotamiento abdominal que se le declaró en el mismo momento en que lo leyó. De hecho, ni siquiera sabía que estaba tan mal: cáncer de colon. No había ninguna duda, los datos no engañan.

Total, que mientras iniciaba los trámites para hacer testamento, finalmente decidió ir por fin al ambulatorio. Un par de días más tarde, tras una analítica completa, giro sorprendente del guion: de cáncer nada, tenía el azúcar alto. Casi le da un abrazo al médico; nunca nadie se había alegrado tanto de tener ‘solo’ diabetes. Desde entonces, al ordenador lo mira de reojo.

[Publicado en El Diario Montañés, domingo 24 de agosto de 2025]

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