Lo dijéramos o no, todos dábamos por descontado una goleada del Racing. Y nos olvidamos de que cuesta más ganar al colista que al líder
«No me lo puedo creer, tío», me escribía nada más terminar el partido mi amigo Moisés Ferrero, cazurrín y culturalista hasta la médula, de los que se comieron enteritas en la grada no solo el medio siglo de Segunda B, sino hasta los años en Tercera División.
Moi me había escrito antes del encuentro, en modo lastimero: «no voy ni a ver el partido, paso de sufrir». Así que, en previsión de la que les iba a caer, desconectó el móvil, apagó la tele y se pasó un par de horas escuchando música. A las seis y veinte, calculando que ya habría acabado, puso la radio y alucinaba. Lo primero que pensó es que era una inocentada. Luego lo comprobó en internet y ya se fue haciendo a la idea. «Me he quedado de piedra… Pero, ¿qué ha hecho el Racing?», me preguntó en un audio.
Lo malo es que el Racing no había hecho nada –porque ahora ya no se puede decir que «hizo la paparda»; al parecer constatar lo evidente es crear mal rollo y «no ayuda al equipo–, salvo maquillar un poco el resultado a última hora. Todo lo demás lo hizo la Cultural, cuyo dominio durante algunas fases fue apabullante. Cómo sería, que por primera vez en muchas temporadas de la tribuna salieron algunos silbidos, sobre todo terminando la primera parte.
El caso es que el Racing del JAL, el del rock and roll, en el fondo sigue siendo el Racing de siempre y le gusta respetar las tradiciones. Una muy clásica, por ejemplo, es la de resucitar muertos. Y si la Cultu no llegaba ayer en coma al Sardinero era solo porque íbamos por la quinta jornada, pero la cosa no podía pintar peor.
Sin embargo, siempre se nos olvida esa ley no escrita del fútbol que asegura que es más fácil enfrentarse al líder que al colista. Ayer vimos una demostración práctica: no hay como sentirse superior para dormirte en los laureles. Porque ayer, lo dijéramos o no, todos dábamos por descontado una goleada del Racing. Por las dinámicas o por lo que fuera, pero viendo las banderas ondeando en lo alto de la cubierta del estadio, nadie contaba con que farolillo rojo fuera no ya a vencer, sino a propinar semejante repaso a un equipo intratable hasta la pasada jornada.
Lo peor de todo es que ni siquiera podemos quejarnos, porque la derrota fue justa. Sin embargo, lo mejor fue la reacción de la afición; en lugar de música de viento, se celebró el gol del Racing como si no fuéramos cero a cuatro. Y luego la grada vibró como si todavía hubiera posibilidades de arreglar el desaguisado, aunque el reloj dijera lo contrario. Y es que el racinguismo es así: una mala tarde, después de tantas gloriosas. Vamos, que tampoco íbamos a ganar siempre.
Eso sí, que sirva para que no se nos olvide que la ilusión que nos persigue todavía no nos ha alcanzado. Y que vendrán más derrotas y sinsabores. De todos modos, para aquellos que se empeñan en no entenderlo, aclarar que el sufringuismo no tiene nada que ver ir a los Campos mentalizado de que tu equipo va a palmar, ni mucho menos. Eso es no entender nada. El sufringuismo es volver a los Campos después de que la haya liado, con la ilusión intacta, como si no hubiera pasado nada. Un mecanismo de supervivencia para los incondicionales de un club capaz de ilusionarte hasta el infinito, y a la vez de partirte el corazón un par de veces por década. Algo que no se puede explicar con algoritmos, che.
[Publicado en El Diario Montañés, 15 de septiembre de 2025]
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