El equipo de José Alberto demostró haber aprendido de las duras lecciones de pasadas temporadas para convertirse en un rival casi imbatible

No era roja. A ver, habría que haber estado allí, en la piel del árbitro, que debió de verlo muy claro, pero ni en tiempo real ni a velocidad de moviola ni en slow-motion da la más mínima impresión de que la falta sobre Sangalli fuera más allá de un lance fortuito en el que el jugador del Almería simplemente calculó mal. Vamos, que si llega a ser al revés y expulsan a uno nuestro, habría que oírnos. Mucho más clara, por ejemplo hubiera sido una roja para Muñoz al final del partido, en una entrada salvaje a Andrés Martín –la expresión de la frustración–, en la que sí parecía que había saña.
Pero claro, ¿quiénes somos los simples aficionados para juzgar las intenciones de los futbolistas? De hecho, para eso pagan tan bien a los colegiados, y si estaba tan convencido y ni siquiera el videoarbitraje tuvo nada que decir, ¿cómo vamos a llevarles nosotros la contraria? Sobre todo, que sí, que igual la decisión nos benefició, pero ya sabemos que lo que el VAR y los árbitros te dan un día, otro te lo quitan, así que no queda otra que darlo por bueno.
Eso sí, más allá de si la expulsión fue o no trascendental, bendita remontada la de un Racing que está intratable… hasta desperdiciando la mitad del partido. Porque la primera parte fue de traca. Tanto, que seguro que a los rojiblancos se les hacía corto el dos a cero para los méritos de uno y otro equipo. Realmente, ya estamos acostumbrados a que el equipo de JAL sea capaz de lo magnífico y de lo nefasto, pero que lo logren en el mismo partido es increíble.
Y es que este equipo resulta mucho más peligroso cuando está herido. Tendrá que ver con la lógica del juego, esa que invita a quien va ganando a ceder el balón y esperar una contra, pero es que a poco que los rivales se confíen, los verdiblancos sueltan un zarpazo y problema resuelto. O dos, como hizo un Jeremy con el que nadie contaba para equilibrar el marcador en un minuto. ¡A ver si teníamos el mejor refuerzo en casa y no nos habíamos enterado!
En cualquier caso, el partido de los nuestros, o más bien la segunda parte, resultó estratosférico en la pegada y para enmarcar en la resolución. Porque, esta vez sí, el Racing por fin ha aprendido a cerrar los partidos. Desde el tercer gol no ocurrió nada en el partido, y mira que habían pasado cosas hasta entonces… Cierto que el agujero en defensa continúa, que se corren muchos riesgos y que a Jokin Ezkieta habrá que acabar subiéndolo a los altares –si no nos lo descalabran antes, con esos balonazos que le pegan en la cara–, pero este equipo no tiene nada que ver con aquel que empezó la pasada temporada justo al revés: con el Almería levantando un dos a cero en el Sardinero.
Un año más tarde, los de JAL son un equipo mucho más curtido, que supo actuar con inteligencia y demostró que el liderato que ostenta es más que merecido. De hecho, en el descuento los aficionados locales silbaban al Racing, que decidió aprovechar el toque que tiene y contemporizar. Ese es el camino: talento… y cabeza.
Otra cosa, claro, es que este Racing cualquier día nos manda al otro barrio de un infarto fulminante. Lo expresaba a la perfección el aficionado verdiblanco Javi Gutiérrez en las redes sociales: «¡Vamos mi Racing! ¡Me quitas vida, pero bien sabe Dios que me la das!». Sobre todo en días como ayer, los racinguistas lo firmaríamos con sangre.
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