El Racing vuelve a demostrar que el orden no es lo suyo: su juego florece en el descontrol, donde acaba aflorando de la creatividad de sus estrellas
Minuto ocho de la reanudación, ya con uno más. En un córner a favor, Maguette Gueye se coloca delante del portero, aprovechando la altura para hacerle pantalla. Sin embargo, por allí aparece Sangalli, que un poco autoritario envía al senegalés a la frontal. «¡Que esto me toca hacerlo a mí», parece decirle Marco, «¿es que no te has enterado?». Y el centrocampista se dirige al borde del área refunfuñando: «pero ¿cómo va a ponerse a estorbar Sangalli, que tiene tarjeta?», parece pensar Maguette. Por si fuera poco, aparece Pablo Ramón, a corregirle la posición: un poquito más lejos, al rechace. «¿Y cómo no voy a rematar yo, si soy el más alto?». A veces la estrategia puede estar reñida con la lógica, pero por lo general suele ocurrir lo mismo que ayer en ese córner: tanta preparación, para sacarla regulín y luego acabar corriendo hacia atrás, en lo que pudo haber sido un contragolpe.
Sin embargo, el Racing de esta temporada es así: desconcierta a propios y extraños, pero al final resulta que hay cierto método en el caos. El descontrol como proceso creativo. Una especie de ‘melting pot’, ese batiburrillo del que de pronto surge una idea brillante, una genialidad, un pase que coge a la defensa contraria absolutamente desprevenida. La esencia de este equipo que ha tenido que reinventarse, puesto que el juego de toque y tiralíneas ya lo tenían los rivales muy estudiado. Tanto, que con los achiques de espacios acaban por desactivarlo.
Y es que así estuvo el Racing durante casi toda la primera parte, desactivado. Como si no fuera capaz de dar lo mejor de sí mismo cuando el juego es ordenado, cuando se sigue el camino marcado. Con orden, acaban por aflorar los errores, y al equipo se le ven las costuras, sobre todo en defensa. Pero no solo, porque también puede liarla en cualquier parte del campo. Por ejemplo, sacando una falta en el círculo central, en la que este le da flojo, aquel mira para otro lado y la pelota acaba en los pies de un rival, que aprovecha el regalito para enfilar el callejón del ocho. En fin, a veces hay suerte, mucha suerte, y los contrincantes se quedan tan desconcertados que acaban contagiándose.
El caso es que, visto lo visto, lo que este Racing necesita es revolucionar los partidos. Que se vuelvan locos. Descontrolados. Igual es que no era rock and roll lo que tocaban, sino más bien ska, encomendados a los Madness. Una locura, vamos. Bendita locura, cuando sale bien. Y cuando no… bueno, mejor no pensarlo.
Mejor hablamos de música, ¿no? Detrás de mí, en la tribuna, un forofo muy jovencito se preguntaba por qué no tiene una canción Sangalli. Se la acabarán escribiendo, claro. Ya veremos si dicen algo del bigote. Lo que pasa es que no son buenos tiempos para los cánticos, en plena dictadura de la megafonía. Sigo sin entender por qué no quitan la música de ambiente al menos diez minutos antes de que empiecen los partidos. El fútbol ya tiene su propio sonido, su banda sonora. La pone la afición, desde la grada, y es la mejor música del mundo, porque nace de la pasión. En los Campos de Sport, además, tenemos el privilegio de la Gradona. Respeten a los Malditos, por favor. Apaguen la megafonía cuando ellos empiezan a cantar.