Año sabático

Mientras nos sacudimos la arena de Mataleñas, mi amigo Carlos Losada me cuenta que está disfrutando de un año sabático. Todo un curso sin pisar el colegio. Doce meses que va a dedicar a cuidar a su hijo, a leer, a recorrer Cantabria sin prisas, a hacer todavía más deporte… a vivir, vamos. Eso sí que es la buena vida.

Claro que todo tiene un precio, así que Carlos se ha pasado los últimos cuatro años currando su jornada completa, pero solo cobraba un ochenta por ciento. Haciendo granero para que este año le llegue también su nómina, aunque sea aminorada en un veinte por ciento. Y yo no soy profe de matemáticas, pero más o menos me salen las cuentas. Y parece buen negocio, además: un poquito menos de dinero, a cambio de una cantidad impagable de felicidad.

Ojalá la idea se extendiera y todos pudiéramos disfrutar de algo así. Un año entero para escribir una novela, para hacer un máster, para aprender a navegar a vela o lo que te venga en gana, pero sin tener que preocuparte por la microeconomía. Porque está muy bien poner ladrillos, vender coches o pilotar ratones de ordenador, pero eso de quedarte un año en barbecho tiene pinta de ser de lo mejor que te puede pasar en la vida. Frenar, cambiar de marcha y poder replantearte todo: lo que haces, lo que quieres hacer… Todo un privilegio.

Carlos, desde luego, lo tiene claro: como le dejen, dentro de cinco años repite. En fin, es lo que tiene lo bueno, que enseguida se acostumbra uno. No como nos suele pasar a casi todos, que en vez de disfrutar de años sabáticos acabamos padeciendo años lunáticos.

Publicado en EL DIARIO MONTAÑÉS el domingo 28 de septiembre de 2025

Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *